Los ataques de Donald Trump a Harvard y las universidades liberales reflejan una profunda grieta entre la clase dominante estadounidense – pero también la necesidad de que los patrones estadounidenses se muevan completamente hacia un fascismo abierto, mantener un control directo sobre las instituciones, desde el sistema legal hasta la prensa. La educación superior específicamente se encuentra en una encrucijada. Dentro de la crisis internacional del capitalismo, el declive del imperialismo estadounidense se muestra en las universidades de todo el país, especialmente en las instituciones elite que han ayudado a crear la política y han preparado a sus futuros lideres.
Aprovechando la reacción, la administración Trump aprovecha su influencia financiera inmensa para tratar de rehacer las universidades de manera sin precedente. El resultado es más ataques a protestas anti-sionistas, programas de diversificación, y estudiantes internacionales. Este paso está estructurado para realinear el propósito de la educación superior con las metas de los aislacionistas, América Primero, el ala grotescamente racista del capitalismo estadounidense. Representados por Trump, son la facción de los patrones que hacen la mayor parte de su dinero de los combustibles fósiles domésticos y otros recursos domésticos. También están liderando los ataques para una nueva segregación, nacionalismo blanco, y un ejército estadounidense predominantemente blanco.
El capital financiero, es decir los grandes bancos y las multinacionales de petróleo y gas que controlan al partido demócrata, están a la defensiva. Al mismo tiempo, la principal ala liberal patronal utiliza los ataques de Trump para esconder su propia necesidad de construir racismo y fascismo para pavimentar el camino hacia la tercera guerra mundial. En esta lucha entre dos pandillas de parásitos y asesinos de masas, no hay los “menos malos”. Solo la revolución comunista podrá acabar con el fascismo. Solo el comunismo puede construir una sociedad donde la educación sirva a las necesidades de nuestra clase.
Las universidades son el motor del imperio
Las universidades por mucho tiempo han funcionado como motores del imperio estadounidense. Sus investigaciones crean más tecnologías letales para su guerra, sus gurús económicos justifican la explotación capitalista; su elitismo promueve el individualismo y división entre los trabajadores; sus graduados se convierten en directores de sus estados, banqueros, abogados, y ejecutivos de prensa. Durante casi todo el siglo 20, la universidad ha sido una herramienta eficiente para los patrones. Pero últimamente no ha sido tan útil. Masas de estudiantes se identifican don la política liberal, la cual está en contra de la necesidad de más nacionalismo y patriotismo de los patrones. Las protestas en las universidades contra el apartheid y genocidio israelita son un rechazo contra los valores imperialistas, con repercusiones internacionales.
La estrategia de la administración Trump se centra alrededor de una poderosa verdad: La mayoría de las universidades dependen de casi $60 mil millones de subvenciones federales anuales para investigaciones, infraestructura, y ayuda financiera para los estudiantes. Para muchas instituciones, este financiamiento representa casi el 20% den sus presupuestos de operación (National Science Foundation, 2024). En una era de decadentes matriculaciones, costos de matrículas dependientes, mucha competencia, y el aumento de costos a los servicios para los estudiantes, este dinero no es opcional, es esencial.
Pero, el dinero del gobierno siempre está condicionado. Asume que la universidad seguirá alineándose con los objetivos principales del estado: innovación científica para la guerra armamentista inter imperialista, hegemonía cultural para el imperio y desarrollo de mano de obra para mantener los engranajes capitalistas en movimiento. Hoy, mientras Trump amenaza detener los subvenciones federales de las instituciones que apoyen programas “ilegales” de DEI (diversidad, equidad, inclusión), o permitan protestas “anti-semitas”, esto muestra claramente que el poder del estado dicta la política de las universidades (New York Times, 18/4). Es un momento escalofriante y esclarecedor. El financiamiento federal nunca fue para ayudar a los estudiantes. Está destinado para corroer la conciencia de clase y sostener el sistema patronal.
Los patrones son unos oportunistas mentirosos
Bajo esa fachada de división partisana en el Congreso estadounidense, el ala principal liberal de los patrones ve una gran oportunidad en estos ataques a las universidades. Existe una razón por la cual muchas universidades, junto con empresas de abogados y de prensa sucumben a muchas de las demandas de Trump. Aunque ambos lados de las facciones patronales tienen diferencias estratégicas reales, ellos comparten un creciente consenso, que universidades como Harvard deben ser disciplinadas y re-estructuradas.
La respuesta de los estudiantes universitarios a las atrocidades d Israel han sido poco menos que heroicas. Han inspirado a millones alrededor del mundo y enviado un mensaje poderoso a los trabajadores en Gaza; que no están solos. Pero, en un periodo en que los patrones capitalistas deben condicionar a los trabajadores y estudiantes a aceptar el creciente fascismo, campamentos y huelgas no pueden ser toleradas. Los manifestantes pacíficos se han topado con arrestos violentos, vigilancia, y amenazas racistas sobre su estatus migratorio. La represión comenzó antes que Trump se posesionara, Cuando Joe Biden golpeo el movimiento universitario anti-genocidas llamándolo “caos” y “anti-semita” (AP, 2/5/24). Universidades de todo el país le siguieron y establecieron prohibiciones fascistas que buscaban acabar con las crecientes manifestaciones (NYT,12/9). Alcaldes liberales en Nueva York, Washington y Los Ángeles desataron a policías rabiosos. Los fideicomisarios liberales que dirigen Harvard, Columbia, y Penn, todos sacaron su verdadera cara y compromiso entre elites de sacrificar a directores institucionales para obedecer y capitular.
Moverse hacia una re-segregación
En las décadas de 1960-70, los patrones instalaron programas para la “diversidad, equidad, e inclusión” (DEI) como respuesta a las rebeliones dirigidas por trabajadores y estudiantes negros. La meta de los gobernantes era tomar control y pacificar la lucha contra el racismo. Antes celebradas como victorias de reformas progresivas, estos programas ahora son purgadas de compañías y universidades. Docenas de universidades han visto miles de millones en ayuda federal congelada hasta que exista un acuerdo sobre frenar estos programas en admisiones, ayuda financiera y contratar (npr.com, 19/2). Basadose en cargos de “antisemitismo” por la administración Trump, Columbia fue amenazado con un decreto de consentimiento federal. De ser enforzado, tendría que conceder al gobierno control directo sobre el currículo y política de la universidad (ACLU, 24/4).
Es importante señalar que muchos presidentes de universidades y fideicomisarios han deseado más control sobre el disentir universitario. Su compromiso con DEI era superficial desde el principio, muchas veces higienizado en su lenguaje sobre estudiantes de “primera generación” o “salario bajo” que rodeaban el tema del racismo y la segregada realidad de la educación pública estadounidense. El ataque de Trump simplemente les dio permiso de quitar ciertas políticas que no les gustaban mucho. Mientras que los ataques actuales al DEI son reales y peligrosos, no nos deben llevar a defenderlo sin critica. Nosotros debemos llamar por una alternativa revolucionaria – una que construya la verdadera solidaridad entre los estudiantes y personal de la clase obrera, que dirija con el anti-imperialismo y la lucha de clases, y que rechace la mentira que las universidades pueden ser reformadas para que sirvan a nuestra liberación.
¡Hacia la revolución!